Armando Planchart Franklin: un legado forjado desde el silencio, el trabajo y la generosidad – Parte 10
Azier Calvo
octubre 15, 2022
Este ensayo, en doce entregas sucesivas, forma parte del esfuerzo de la Fundación Anala y Armando Planchart por difundir las múltiples dimensiones de Armando Planchart Franklin. Con estas entregas, pretendemos rescatar la historia de uno de los personajes que hizo posible la modernidad de Venezuela y su impacto en la obra arquitectónica de la capital
La bisagra de una vida
Villa Planchart y sus significados
Sin lugar a dudas, la construcción de El Cerrito fue el logro de mayor importancia en la vida compartida entre Anala Braun y Armando Planchart. Fue la realización de un sueño, la culminación de un gran esfuerzo y el episodio más elevado de una historia de amor. Desde el momento en que la pareja toma la decisión de realizar la casa hasta su ocupación, el camino signado por la búsqueda y adquisición del terreno, la indagación acerca del arquitecto idóneo y la selección de Gio Ponti, la realización del proyecto a distancia, la prosecución de todo el proceso constructivo y el equipamiento y, finalmente, su instalación allí para pasar el resto de sus vidas, aunque contiene un muy alto porcentaje de decisiones compartidas, cobra un significado diferente para cada uno de los protagonistas y en muchos casos es factible deslindar el rol que jugó cada uno en el éxito que tuvo la empresa.
El ya citado libro titulado El Cerrito. La obra maestra de Gio Ponti en Caracas escrito por Hannia Gómez, publicado en 2009 por la Fundación Anala y Armando Planchart y ULTREYA, rinde tributo no solo a la edificación, sino también a todos los factores implicados en su ejecución a través de un amplio despliegue de antecedentes y variables de muy diferente tipo. La autora aprovechó los últimos años de vida de la dueña de casa para obtener testimonios invalorables de una parte de la pareja que sobrevivió casi en 27 años a la otra, tras haber compartido poco más de 20 el disfrute de la villa y 43 de vida en común. La estrecha relación lograda entre la escritora y Anala Braun, si bien permitió reconstruir una enorme cantidad de historias personales que sirvieron de referencia, otras de lo que fue la etapa constructiva y de lo que luego significó habitar una casa pensada para trascender su tiempo, dejan de lado, por razones obvias, el valor testimonial que pudo haber aportado Armando, el cual intenta ser suplido en buena medida por los recuerdos de su esposa.
Por tanto, asumiendo de que con el libro de Hannia Gómez los asuntos relacionados con la casa están suficientemente documentados y cubiertos, quizás valga la pena auscultar desde allí, las connotaciones que para Armando Planchart tuvo la concreción de aquel deseo y el rol que en particular jugó él para que se hiciera realidad.
El primer asunto a resaltar tiene que ver con el haber podido contar con los recursos para levantar El Cerrito, aspecto para nada deleznable. Para cuando la pareja toma tan crucial decisión, Armando Planchart llevaba muchos años dedicado febrilmente al trabajo, un buen tiempo siendo el principal representante de la General Motors en el país y se había posicionado como líder en ventas e importador exclusivo de los automóviles de lujo Cadillac de esa firma, lo cual, junto a su gran habilidad para los negocios, le había permitido amasar una considerable fortuna, que le facilitaba visualizar el futuro y asumir el momento en que se retiraría con tranquilidad.
Sin embargo, recordemos que lo que inicialmente Armando tenía en mente para cuando llegara su jubilación era complementar las dos viviendas que ya poseía (una urbana y otra de playa) con la adquisición de un hato para la cría de animales, uno de sus hobbies favoritos y uno de los pocos puntos de divergencia en cuanto a preferencias con su esposa, definitivamente acostumbrada a la vida en la ciudad cerca del mundo del arte y la cultura.
El episodio que en el capítulo anterior relatamos del encuentro de Anala con el lote de 2 hectáreas en Lomas de San Román donde posteriormente se construirá Villa Planchart, la manera como se lo presenta a su marido y el cambio de planes que para él significó, además de denotar una enorme muestra de condescendencia y de aceptación, implicó en buena medida para Armando hacer un importante ajuste a sus particulares planes de vida, dando su brazo a torcer a favor de las preferencias de su mujer quien, por su parte, también cede al aceptar vivir en las “afueras” de Caracas.
Plano ubicación
Aclarado lo anterior, no está de más apuntar cómo una vez comprado el terreno para la casa y tomada la decisión de elegir a Gio Ponti como arquitecto, sale a la luz otro rasgo importante de desprendimiento que se inicia cuando el matrimonio entra en contacto con el célebre arquitecto italiano. Esta irrupción consentida de Ponti en la vida de los Planchart (a quienes llegó a considerar como los clientes ideales), es recogida con lujo de detalles por Hannia Gómez en el libro ya citado, y forma parte de un proceso que tiene sus raíces en el mismo momento en que Anala compró la primera revista Domus (de la que Ponti era el director-fundador) en 1950 cuando aún vivían en La Florida, y se tradujo en ir dejando atrás poco a poco su vida anterior en cuanto a gustos y a la relación con las características del espacio que habitaban (y, en consecuencia, con los muebles, los cuadros y otras pertenencias), en la medida que la afición de Anala por la arquitectura fue empapándose del rico universo de exquisito diseño que a través de la publicación se le fue abriendo. Se trató, dicho de otra manera, de una transformación paulatina que trocó en modernos los valores tradicionales que la pareja venía profesando y que tienen en la realización de El Cerrito su punto culminante. Ese gran salto liderizado por Anala ocurría mientras Armando vendía automóviles de lujo último modelo, se dedicaba a los negocios, a cultivar orquídeas y a la cacería sin dejar de complacer, acompañar y apoyar a su mujer en sus inquietudes e iniciativas.
Llegado el momento, el primer contacto que junto a su esposa sostuvo Armando Planchart con Ponti en su oficina del número 49 de Vía Dezza, Milán, a mediados de 1953, tiene un enorme significado dado el rol jugado por cada uno. A él le correspondió usar todas las armas persuasivas que lo convirtieron en un gran comerciante, para vencer la resistencia del maestro italiano de aceptar el encargo ante la presunción de que se trataba de una pareja de venezolanos que sólo quería obtener un proyecto cuando a él lo que le interesaba era construir. De tal forma, la “cortés discusión”[1] sostenida entre ambos en la que el uno insistía en reconocer mediante una justa remuneración la elaboración de un anteproyecto y el otro en su interés por no dejar el asunto sólo allí fue, una vez superado el impasse, el inicio de una perdurable amistad.
Giulia y Gio Ponti
Persuadido Ponti de que se trataba de un matrimonio monolítico, muy bien avenido y convencido de contar con él como el arquitecto de un proyecto de vida, es la conversación sostenida aquel día otro episodio en el que la asunción de roles vuelve a cobrar importancia. Así, puestos a exponer ante Ponti cuál era el sueño de casa que tenían en mente, para Anala era fundamental aprovechar las visuales de 360º que ofrece el terreno sobre la ciudad, las brisas, la orientación y la posibilidad de ver el Ávila desde cualquier lugar de la vivienda, pero con una particular aspiración que sorprendería al maestro italiano: “Además me gustaría una casa … que no tenga paredes”[2]. También lo descoloca la reacción de Anala ante los primeros bocetos que Ponti elabora remitiendo a una villa con patio y arcos de aires mediterráneos, que la llevaron a aclararle que ella quería “una casa moderna”[3] para luego sumar la exigencia de tener “por todas partes una casa alegre y funcional”[4].
Croquis planta baja
Armando por su lado, mucho más concreto, le comunicará a Ponti: “yo tengo una colección de orquídeas que quiero tener dentro de la casa”[5], lo cual le ofreció la oportunidad de explicarle, en vista de su desconocimiento de la planta, “todo lo que sabía sobre uno de sus principales objetos de adoración”[6]. También Armando contaba con un significativo grupo de trofeos de caza tema que sería tratado y que aparecería como otro inconveniente igualmente superado en la relación cliente-arquitecto.
El provechoso encuentro de aquel día, con Ponti abriéndose plenamente a escuchar de la pareja sus opiniones y detalles sobre su forma de vida, de donde surgió el croquis que ya contiene la idea germinal de la villa dominando el lugar, permitió también conocer un ambicioso programa preliminar conformado por “un salón grande de recibo; un comedor grande; un cuarto matrimonio; un cuarto Anala; un cuarto Armando; un comedor tropical; un cuarto de huéspedes; un escritorio biblioteca fotos; un cuarto juegos; un bar; un baño auxiliar; una cocina pantry; despensa; cava; una lencería floreros; dos garajes; un cuarto chauffeur; cuatro cuartos servicio; un cuarto jardinero y un cuarto herramientas”[7].
Es quizás en el encuentro sostenido en Vía Dezza donde se anclan las bases de una sólida relación y, en adelante, de una influencia avasallante que los Planchart supieron llevar con total naturalidad. Es el momento en que Ponti decide asumir con pasión el proyecto obteniendo una aceptación incondicional para él prácticamente desconocida basada en el respeto, la franqueza y el entendimiento mutuo. No es casual que ya para el 7 de agosto de 1953 a su regreso de un viaje que los llevará por el norte de Europa (Noruega), los Planchart reciban en París “el primer paquete con un nutrido envío. Adentro, doblado en dos, se encuentra una hoja de papel albanene con una carta y los planos superpuestos de la planta baja y la planta alta de la villa, dibujados a lápiz y creyones de color (…) Estos son los dibujos más preliminares que se conservan de la Villa Planchart”[8].
Boceto planta – Villa Planchart
Desde entonces, insistimos, se produjo una especie de encantamiento que debe reconocerse como una total entrega de la pareja a las directrices del arquitecto y una sincera amistad que se irá consolidando con el transcurrir del tiempo. También comenzó la elaboración de las primeras variantes de la idea original y los ajustes correspondientes de acuerdo a las observaciones de los propietarios, lo cual se logró mediante un estilo de comunicación por correspondencia que llegó a alcanzar entre el 21 de agosto de 1953 y 1979 un total de “trescientas seis cartas de Ponti, entre cables, cartas escritas a lápiz, en tinta o en bolígrafo, cartas mecanografiadas en su papelería personal y en la de la Editoriale Domus, cartas a color dibujadas con creyones o con marcadores, cartas-recetas de cocina, cartas-fotografía, cartas-poema”[9]. El destinatario, cuando se trataba de asuntos relacionados con el avance del proyecto y construcción de la casa siempre fue Armando Planchart. Aquellas de tono amistoso Ponti las dirigía a la pareja [10].
Carta a los Planchart
La elaboración del proyecto definitivo de El Cerrito tuvo, por tanto, que salvar el enorme inconveniente de la distancia lo cual pudo sortearse gracias al ingente esfuerzo documental desplegado y no será sino hasta el 22 de enero de 1954 cuando se dará el primer desplazamiento de Ponti a Caracas desde Nueva York, aprovechando la apertura de una exposición itinerante sobre su obra organizada por el Institute of Contemporary Art de Boston donde los planos del anteproyecto caraqueño y una maqueta serían expuestos.
Maqueta Villa Planchart
Ponti, luego de conocer Caracas y el terreno de la casa, terminará de elaborar la documentación necesaria para dar inicio en julio de 1954 a su construcción, a poco más de un año del primer encuentro en Milán. Esta será otra ocasión en la que la figura de Armando Planchart ocupará un lugar relevante relacionada en este caso con el proceso constructivo de la villa, al involucrarse y colaborar activamente con quien había sido designado como el constructor oficial: el ingeniero De Giovanni.
Armando participará tanto en la consecución de los materiales requeridos en la edificación (en su gran mayoría importados de Italia) y los trámites para nacionalizarlos, como en momentos críticos para el ritmo de ejecución y en particular en el acontecido en 1956 cuando el ingeniero De Giovanni presentó problemas de salud que causaron un retraso de un año. Será, además, la ocasión en que Ponti reconozca su valía a la hora de resolver problemas concretos y tomar decisiones a pie de obra con el apoyo de experimentados albañiles italianos y portugueses, a los cuales sumará la adquisición de un léxico apropiado y la buena costumbre de ir registrando fotográficamente todo el proceso constructivo. Hannia Gómez señalará: “Armando Planchart aprende rápido. El suyo es el caso de cliente vuelto constructor que viviendo la intensa experiencia -inusitadamente poética- de la obra, se arquitecturiza día a día. Aunque no es la primera vez que construye, es la primera vez que aprecia la arquitectura en todos sus detalles. En la correspondencia casi pareciera que es él el arquitecto supervisor del proyecto…” [11]. Su experiencia en la construcción de Villa Planchart no estará exenta de tropiezos como aquel en el que, por querer ir de prisa, él y su constructor ejecutan por error una versión obsoleta de la marquesina de la entrada que, sin embargo, luego de la correspondiente explicación, Ponti acepta sin reproches [12].
En resumen, pese a las complicaciones que durante la realización de un edificio de envergadura siempre aparecen, Armando nunca escatimó en gastos y a la hora de involucrarse en busca de optimizar el tiempo de finalización que en algún momento se empezó a alargar, asumió con fluidez la coordinación con contratistas y proveedores e incluso logró traer a Ponti a Venezuela las veces que hizo falta. Ya en las etapas finales de la construcción de la casa, en otro alarde de reconocimiento, el maestro italiano acuñaría otro par de términos: “Archarmando” y “Jardanala”[13] en función del compromiso asumido por Armando con la arquitectura y por Anala con el paisajismo. Los roles iniciales, al parecer, se habían intercambiado.
El resultado de todo este trabajo en equipo no es otro que la quinta terminada y lista para ser habitada, lo que ocurre formalmente el 8 de diciembre de 1957 día del aniversario nº 22 del matrimonio, pero su disfrute efectivo no se dará sino después del 23 de enero de 1958 luego de la caída de Marcos Pérez Jiménez.
El proyecto definitivo dio como resultado una edificación de 1500 metros cuadrados de dos plantas más un semisótano, destinada a dos personas que no tuvieron hijos, amantes de la cultura y el arte, que viajaban durante buena parte del año y que convirtieron la casa en lugar de encuentro familiar, la lucieron con orgullo como si de un trofeo se tratara, la disfrutaron al máximo y la aprovecharon para cultivar sus relaciones sociales. Con el tiempo será reconocida como una de las casas más importantes del siglo XX a nivel mundial.
La sinergia alcanzada con los mejores clientes con que se haya topado jamás permitió a Ponti exhibir todo el espectro de áreas en las cuales como diseñador ya había actuado con gran solvencia, interviniendo con absoluta libertad no sólo en las totalidad de los revestimientos, acabados y detalles arquitectónicos (pisos, techos, puertas, ventanas, picaportes), sino también en la decoración y selección del equipamiento que la conformaba, donde incorporó diseños propios de lámparas producidas para Arredoluce y Fontana Arte, y de muebles elaborados entonces para Altamira, Cassina y M. Singer & Sons, quedando para la posteridad la elegante butaca D.154.2 (ideada exclusivamente para El Cerrito) que produce hoy en día Molteni & C, así como la cubertería y la vajilla. Todo ello se sumó de manera complementaria a una muy bien seleccionada colección de obras de arte que incluía piezas de Armando Reverón, Jesús Soto´, Fausto Melotti, Alexander Calder y Alejandro Otero, por sólo citar unos cuantos.
Por otro lado, El Cerrito se constituyó en la variante mejor lograda de lo que fue una indagación adelantada por Ponti en torno al comportamiento en el trópico de temas por él explorados durante la década de los cincuenta del siglo XX. Es de todas las casas que logró realizar la solución más próxima a un prisma “puro” que se posa como una mariposa sobre la cima del terreno, y que a modo de contenedor delicadamente perforado concentra en el interior la totalidad del programa. Está organizada en torno a un patio que no ocupa el centro geométrico y puede verse como una reinterpretación tanto de la casa tradicional venezolana como de la villa italiana.
Patio interior Villa Planchart
Como toda vivienda que pasa a ser ícono de la arquitectura, la aureola de espacio cultural que hoy en día posee y la desmesura que la acompaña, sensaciones que muy probablemente aparecen desde el mismo momento en que es inaugurada, deben considerarse como parte de una aproximación crítica lo más amplia posible a la obra. Esa percepción que nos invade de no imaginarnos niños correteando por sus espacios y jardines, de ver todo en su sitio o de que siempre se debía estar de punta en blanco para disfrutar sus ambientes, creemos que es un punto que en algún momento debe incorporarse a la consideración o no de Villa Planchart como un “hogar” en el más común sentido del término, asunto que por lo general no interesa a la más encumbrada crítica arquitectónica cuando de hablar de obras maestras se trata.
No obstante haber manifestado hasta el cansancio su plena conformidad con el resultado que Gio Ponti les ofreció, el haber tenido que lidiar con el enorme peso de habitar en una casa-museo, donde la figura del arquitecto italiano se hacía omnipresente, permaneció mientras Anala y Armando la habitaron. Sin embargo, e inevitablemente, “fueron ‘llenándola’ de sus matices personales. La señora Anala Planchart siempre hablaba de este afán inicial por llenarla, buscando volverla cada vez más cálida y cada vez más suya…”[14]. También, dentro de esta línea discursiva, los Planchart tuvieron que afrontar temas relacionados con la funcionalidad y practicidad de la vivienda: “‘De funcional no tiene la casa nada’, aseguraba su dueña. Una nueva rutina, la del mantenimiento creativo, perenne y persistente, surgió pareja junto a la rutina del jardín y a la del ininterrumpido servicio diplomático de las visitas, las comidas y las recepciones”[15].
Las visitas que les hiciera Ponti no dejaron de ser siempre un compromiso por estar a la altura de las aspiraciones del arquitecto para con su magna obra, por lo que actuar con independencia a la hora de hacer alguna modificación o de incorporar nuevos elementos podía convertirse en angustia. Al respecto Anala Planchart comentó en algún momento: “…si uno se descuidaba, quitaba ese mueble o ese objeto de allí y lo ponía para allá y lo pintaba de otro color (…) Entonces Armando le decía riéndose: ‘es que no puedo dejarlo solo, Ponti, porque usted me va a cambiar todo… ¡Y yo estoy contento como está!’”[16]. La amistad, sin duda, permitía superar cualquier obstáculo[17].
Interior Villa Planchart
En todo caso, como hemos visto, la mejor demostración de que el sueño de los Planchart se cumplió con creces es el impecable estado en que siempre se ha encontrado la casa, la cual fue habitada siguiendo un patrón de vida que con el tiempo fueron asimilando y haciendo suyo. También de que “… para los Planchart la villa que Gio Ponti soñó y construyó terminó de educarlos ‘en la incansable pasión por lo bello’”[18].
[1] Hannia GÓMEZ, op. cit., p. 103.
[2] Hannia GÓMEZ, op. cit., p. 105.
[3] Ibídem.
[4] Ibídem.
[5] Ibídem.
[6] Hannia GÓMEZ, El Cerrito… op. cit., p. 106.
[7] Ibídem.
[8] Hannia GÓMEZ, El Cerrito… op. cit., p. 107.
[9] Hannia GÓMEZ, op. cit., p. 114.
[10] Llama la atención de la profusa comunicación epistolar cómo en medio del entusiasmo que fue cobrando la relación clientes-arquitecto, van apareciendo una serie de términos utilizados por Ponti registrados por Hannia Gómez en las páginas 165, 178 y 179 de su libro: “IfQuinta” para denominar el proyecto de la casa mientras se elaboraba y transitaba aún el mundo de lo imaginario;“Armandanala” (que derivará en la más utilizada “Armanala”) y “Analarmando”, conjunciones de Armando y Anala, todo un homenaje que quiso hacer Ponti a una pareja que se comportaba con total armonía bien sea en su relación con él o su vida diaria; o las más rebuscadas elaboradas a partir de IfQuinta, Analarmando y Armandanala que llevaron a Poti a hablar de Ifplanchart, Planchartif, Analif o Armandif en momentos en que la amistad fue cobrando fuerza.
[11] Hannia GÓMEZ, op. cit., p. 168.
[12] Hannia GÓMEZ, op. cit., p. 166.
[13] Hannia GÓMEZ, op. cit., p. 205.
[14] Hannia GÓMEZ, op. cit., p. 231.
[15] Hannia GÓMEZ, op. cit., p. 232.
[16] Hannia GÓMEZ, op. cit., p. 231.
[17] Una simpática anécdota contada por Carlos Gómez de Llarena, relacionada con la omnipresencia de Ponti en cada rincón de la casa, la constituye la decisión que los Planchart asumieron de diseñar en el sótano un bar que encargarían al arquitecto Edmundo Díquez, espacio que en una de las visitas de Ponti próxima a su finalización intentaron ocultarle sin lograrlo. Ponti, condescendiente, le dio el visto bueno al trabajo señalando que todo en la vida cambia. Carlos GÓMEZ DE LLARENA, “Conversación”, op. cit.
[18] Hannia GÓMEZ, op. cit., p. 230.