Armando Planchart Franklin: un legado forjado desde el silencio, el trabajo y la generosidad – Parte 11
Azier Calvo
noviembre 12, 2022
Este ensayo, en doce entregas sucesivas, forma parte del esfuerzo de la Fundación Anala y Armando Planchart por difundir las múltiples dimensiones de Armando Planchart Franklin. Con estas entregas, pretendemos rescatar la historia de uno de los personajes que hizo posible la modernidad de Venezuela y su impacto en la obra arquitectónica de la capital
Llega la democracia
La particular discreción de un personaje público
La caída de Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958 coincidió, sin proponérselo, con el momento en que los Planchart recién habían terminado de construir su flamante residencia y de hacer efectivo a partir de entonces su disfrute a plenitud. Armando recibe la democracia con 52 años, viviendo de las rentas provenientes de la venta de buena parte de sus negocios y dispuesto a disfrutar un holgado retiro en compañía de su esposa, viajando por el mundo y teniendo por casa un sueño hecho realidad. También estaba dispuesto a aprovechar la apertura que la democracia ofrecía para involucrarse en la construcción de un nuevo proyecto de país.
El Cerrito, a pesar de su sobrediseño que la alejaba de los cánones mayormente compartidos por los arquitectos venezolanos formados bajo las enseñanzas de Villanueva, empezó a convertirse en punto de referencia por la calidad de su arquitectura y, al ser promovida por el propio Ponti como una de sus obras maestras, empezó a convertirse en lugar de peregrinaje para estudiantes, profesionales del diseño y estudiosos. El matrimonio, por su parte, adaptándose poco a poco a la nueva forma de vivir que les propuso Ponti, la aprovechó cada vez más como lugar de encuentro de artistas y personas vinculadas a la cultura, amén de sitio para departir social y familiarmente.
Planchart y Ponti
Armando Planchart había alcanzado el punto máximo de sus aspiraciones y expresado a través la de materialización de la casa todo el amor que sentía por su mujer. Además, vio allí la culminación de una vida de trabajo y éxito en los negocios, traducido en símbolo del estatus que denotaba el contar con un cuantioso capital económico y en la demostración, una vez más, de que cuando se proponía emprender algo lo lograba. También encontró un lugar de descanso (junto a “Churuata”, la casa de la playa) que lo alejaba de la ciudad y que le ofrecía las condiciones donde poder seguir practicando sus aficiones. Sin ser el hato que siempre soñó, el estar lejos, pero a la vez cerca, de la ciudad y el contar con una atalaya desde la cual observar, en medio de un ambiente dominado por la naturaleza, todo el valle de Caracas y su crecimiento, tenía sus ventajas.
Armando Planchart, 1960
Los Planchart, al establecer una estrecha relación de amistad con el arquitecto que les proyectara su casa, incluyeron dentro de sus múltiples viajes rutas que les daban la oportunidad de visitar la obra de Ponti dispersa por el mundo y con ello la ocasión de seguir cultivando su afición por la arquitectura, la admiración por el maestro y el orgullo de haber sido sus mejores clientes. Viajar nunca dejó de ser un hobby compartido al que dedicaban una parte importante de su vida, por lo que Villa Planchart ocupó el tiempo de los Planchart de una manera muy particular, sin que ello signifique que no la disfrutaran al máximo.
Los años en los que se fue consolidando la democracia en Venezuela fueron para Armando Planchart los años de disfrute de El Cerrito, de desprendimiento de sus negocios —no así de sus inversiones, que monitoreaba desde una hermosa oficina ubicada en el piso 11 del edificio Easo de Chacaíto—, de continuar su labor filantrópica y de ofrecer su tiempo para apoyar iniciativas que ayudasen a mejorar las condiciones de vida en la ciudad.
Armando Planchart en su oficina en el edificio EASO
La caída de Pérez Jiménez había dejado cantidad de obras inconclusas y proyectos a mitad de camino. Entre ellos se encontraba la organización para 1960 de la que sería una exposición de carácter internacional de envergadura, que el régimen utilizaría para mostrar al mundo los importantes logros alcanzados en pro del progreso y la modernización del país, bajo la doctrina del “Nuevo Ideal Nacional”.
La exposición, cuya decisión de darle forma se toma en 1956, se acomete aunada a la posibilidad de resolver la ubicación física del “Parque Nacional del Este”, creado por decreto de la junta militar presidida por Carlos Delgado Chalbaud en 1950, con base en las recomendaciones de la Comisión Nacional de Urbanismo, posteriormente recogidas en el Plan Regulador de Caracas de 1951.
De esta manera, las setenta y cinco hectáreas destinadas al parque, sembradas de cafetales y cañaverales provenientes de parte de la expropiación de los terrenos agrícolas de la hacienda “San José” pertenecientes a la sucesión Díaz-Rodríguez, colindantes al norte con la línea del tren que comunicaba la capital con los Valles del Tuy, al sur con los terrenos del fundo “La Carlota”, al este con el fundo “La Casona” y al oeste con la hacienda “Sosa”, provistas de un nutrido grupo de árboles tropicales centenarios, serían en principio el área que originaría el desarrollo del proyecto para la Exposición Internacional de Caracas, pensando en el aprovechamiento posterior de las instalaciones que se construyeran para el uso definitivo del parque que desde un principio se tenía planificado.
Más adelante se anexarían a la feria los terrenos correspondientes al fundo “La Carlota”, originalmente previsto desde 1950 como aeropuerto, con la finalidad de ubicar allí las “edificaciones para los Ministerios de la Producción y el Palacio de Exposiciones; al oeste de las construcciones la Zona Olímpica y en la parte este los servicios generales tipo Helipuerto, etc.”[1], apuntando a la posible realización en Venezuela de los Juegos Olímpicos que posteriormente se celebrarían en Tokio en 1964. De tal manera la “zona olímpica” contemplaba contener la Villa, un gran Stadium (con capacidad para 80 a 100.000 espectadores) además de un Palacio de Deportes, una piscina olímpica y un estadio de béisbol.
El Plan Maestro y parte de la arquitectura, tanto del recinto ferial como de la zona institucional aledaña, que sumaban un total de 170 hectáreas, estaría a cargo del arquitecto venezolano Alejandro Pietri, correspondiéndole al también arquitecto Carlos Guinand Sandoz “la coordinación de los bosques y jardines de la Expo como base para el futuro Parque del Este”, ambos integrantes de la Comisión Ejecutiva presidida por el ingeniero Ibrahim Velutini [2].
Plan Maestro Alejandro Pietri
Sin embargo, lo que interesa apuntar es cómo paralelamente a la elaboración del plan maestro de la Exposición y el diseño de las principales edificaciones, será Guinand Sandoz quien provea desde el inicio el equilibrio necesario en cuanto a la preocupación por el tratamiento de las áreas exteriores. Ello derivará en la incorporación al proyecto de la feria de Roberto Burle Marx y su equipo desde 1956, cuando por otros motivos llegaría al país requerido por Daniel Camejo Octavio y los arquitectos Oscar Carpio y Guillermo Suárez para diseñar las áreas exteriores del Club Puerto Azul.
La caída de la dictadura le dará un nuevo giro a lo proyectado para la parte norte de la Exposición Internacional, que derivará en definitiva en lo que hoy conocemos como el Parque del Este. Ante las dudas mostradas por el gobierno provisional del Contraalmirante Wolfgang Larrazábal, quien no tenía a la mano una propuesta que encauzara el uso de los terrenos, tras largos meses de indefinición, gracias a la intervención del ingeniero Luis Rivas privó la decisión del Ministerio de Obras Públicas de retomar, dada la importancia que tendría para la ciudad, la idea de que el área se destinara a un parque y se nombró al arquitecto Guinand Sandoz “para que se hiciera cargo de la transición entre el antiguo proyecto y el nuevo programa, consistente en la creación del mayor parque urbano hasta entonces propuesto en Venezuela”[3].
Ubicación Parque del Este
Tras la elección de Rómulo Betancourt como Presidente de la República en los comicios del 7 de diciembre de 1958 y luego de asumir la primera magistratura el 13 de febrero de 1959, Guinand procedió a consolidar legalmente los terrenos de entre los cuales se excluirán de los originalmente previstos los “que habían pertenecido al antiguo ferrocarril que llevaba al área vacacional de Los Chorros”[4] posteriormente invadidos y entregados por el gobierno a los ocupantes conformándose lo que hoy es el barrio de San José. También quedarán fuera del área del proyecto “los terrenos alrededor de la sede de la antigua hacienda propiedad de la familia Díaz”[5], para los cuales el gobierno no había ejecutado la correspondiente opción de compra en su debido momento.
Rómulo Betancourt
Al darse inicio formalmente al proyecto de parque, asignado a Roberto Burle Marx, quien estaría acompañado por Fernando Tábora, John Godfrey Stoddart y Julio César Pessolani además del botánico Leandro Aristeguieta, pasó a ser de vital importancia el nombramiento de una comisión asesora ad honorem designada directamente por el Presidente Betancourt para coordinar todo lo concerniente al proyecto y su ejecución encabezada por Guinand Sandoz, “formada por notables venidos de diferentes áreas que representaban con sus opiniones un apoyo en lo técnico y científico, asegurando además la independencia respecto a lo político y lo económico”[6].
Guinand y Burle Marx
Conformarán la comisión que permitió la continuidad necesaria en el largo período que se tomó la conclusión definitiva del Parque del Este (1958-1964) “el arquitecto Gustavo Wallis, autor de grandes proyectos de edificios públicos, William Phelps Jr. destacado por su trabajo en ornitología y expediciones científicas, los ex ministros Enrique Tejera y Santiago Hernández Ron, que aportaban su experiencia en el manejo de las relaciones interinstitucionales y los señores Eduardo Mendoza Goiticoa y Armando Planchart, ambos relacionados con importantes sectores de la empresa privada”[7], quienes contaron en todo momento con el apoyo del Ministerio de Obras Públicas. El parque sería inaugurado en el 19 de enero de 1961 con el nombre de “Rómulo Gallegos”.
Planta Parque del Este
De esta importante responsabilidad asumida por Armando Planchart surgió la amistad con Roberto Burle Marx quien en algún momento le manifestó su interés en diseñar el jardín de El Cerrito sin que ello finalmente se concretara.
Parque del Este
Hasta la creación de la Fundación Anala y Armando Planchart en 1970, la participación discreta pero relevante en obras que significaran el beneficio para la colectividad siempre fue una constante en la actividad de Armando. Así, continuará siendo accionista de la Sociedad Anónima que sostenía el Colegio Santiago de León y seguirá formando parte del Consejo Asesor cuando la institución se convierta en una fundación que recibiría para conformarse, vía donación, todo el paquete accionario de los integrantes de la Sociedad Anónima y tendrá como objetivo la creación de institutos similares para formar niños de escasos recursos económicos. También seguiría acompañando a Eugenio Mendoza como integrante y colaborador de la Fundación Venezolana contra la Parálisis Infantil y financiará el Salón Anual Planchart de Pintura hasta la realización de la última versión en 1959 luego de once exitosos años de apoyo y estímulo al arte venezolano.
[1] Juan José MARTÍN FRECHILLA. Planes, planos y proyectos para Venezuela:1908-1958 (Apuntes para una historia de la construcción del país). Caracas: Universidad Central de Venezuela/Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico,1994, p. 395. El dato proviene de la Memoria del Ministerio de Fomento, Archivo Histórico de Miraflores, Serie B, Caja 31, C3.
[2] Carola BARRIOS. Ciudad Moderna y Museo. Intersecciones inacabadas en el paisaje de los años cincuenta. Barcelona: Tesis Doctoral presentada en la Universidad Politécnica de Cataluña, 2005, mimeo, p. 237.
[3] Fernando TÁBORA, Dos parques. Un equipo. Caracas: Ex Libris, 2007, p. 42.
[4] Fernando TÁBORA, op. cit., p. 44.
[5] Ibídem.
[6] Fernando TÁBORA, op. cit., p. 54.
[7] Ibídem.