Armando Planchart Franklin: un legado forjado desde el silencio, el trabajo y la generosidad – Parte 12
Azier Calvo
diciembre 8, 2022
Este ensayo, en doce entregas sucesivas, forma parte del esfuerzo de la Fundación Anala y Armando Planchart por difundir las múltiples dimensiones de Armando Planchart Franklin. Con estas entregas, pretendemos rescatar la historia de uno de los personajes que hizo posible la modernidad de Venezuela y su impacto en la obra arquitectónica de la capital
Visualizar el futuro desde el altruismo
La Fundación Anala y Armando Planchart como fruto
Como ya vimos en el capítulo 9, dedicado al momento en que Armando Planchart cumplió 50 años, cuando, como decía Anala, “vendió todo a los socios que tenía” y le confesó, luego de manifestarle que no había “tenido tiempo para nada”, sus ganas de conocer el mundo o estudiar, amén de emprender la construcción de El Cerrito, la revelación también recoge al final el interés de “dejar algo más” [1].
Ponti en El Cerrito
Ese “algo más” es el que nos permite abordar el último capítulo de este ensayo ya que abarca una iniciativa que bien podría considerarse como otra bisagra más dentro de la vida de nuestro personaje: la creación de la Fundación Anala y Armado Planchart.
Sobre el temprano interés de Planchart por apoyar a las personas necesitadas, becar numerosos estudiantes de todos los estratos sociales, apoyar incondicionalmente a su familia, ofrecer su contribución al ornato y mejoras dentro de la ciudad y embarcarse en proyectos filantrópicos vinculados a las ciencias naturales, el arte y la cultura, ya nos hemos referido. En casi todos los casos, valga insistir en ello, Armando Planchart ejerció un mecenazgo generoso y un altruismo desinteresado, cubriendo el perfil de lo que hoy se conoce como “responsabilidad social empresarial”, sin buscar por ello ni cobertura periodística ni reconocimiento público [2].
Reseña sobre Armando Planchart en el periodico
Sin embargo, una vez que Armando llega a los 64 años, luego de llevar 13 habitando El Cerrito con su esposa, había llegado la hora, de formalizar la desprendida labor que desde hacía mucho tiempo venía practicando, de blindar el futuro de la propiedad destinándola a convertirse, tras la muerte del matrimonio, en un centro cultural que debía contar con suficientes recursos para su mantenimiento, y de dirigir otra buena parte de su fortuna hacia un nuevo proyecto que tendría por finalidad ofrecer a las personas de la tercera edad un lugar digno y confortable donde poder retirarse.
Armando leyendo el periódico
De tal manera, el 8 de diciembre de 1970 Armando Planchart Franklin y Ana Luisa Braun de Planchart, en la significativa fecha que coincidía con el día de su matrimonio y de la inauguración de El Cerrito, sientan las bases de la creación de la Fundación que llevará su nombre. El texto que contiene la justificación y propósitos [3] deja muy claro que de lo que se trata es de retribuir al país solo una parte de lo mucho que les había dado y garantizar el que “aquellas cosas a las que hemos dedicado interés y preocupación puedan, no solo continuar y mantenerse más allá de nuestras vidas, sino además dar esa misma oportunidad de disfrute al mayor número posible de personas”[4]. En tal sentido tres frentes fundamentales serán objeto de atención por parte de la Fundación: la conservación y el amor por la naturaleza, la promoción de la cultura y la educación, y el “trabajar, dentro de sus posibilidades, en la solución de algunos de los graves problemas sociales que nos aquejan”[5].
Residencia Caraballeda
Es apuntando al tercer frente donde se plantea la posibilidad de crear un hogar “donde muchos hombres y mujeres, condenados a la dura soledad en la vejez, puedan ir a pasar en un grato y humano ambiente de dignidad y comodidad, sus últimos años”[6] lo cual se concretará en la realización de un último edificio con el que se buscaba materializar dicha preocupación: la Residencia Caraballeda.
Planchart, quien desde finales de los años 60 ya se había dedicado con esmero a ubicar y adquirir un terreno con las mejores condiciones ambientales posibles (una pequeña loma alargada colindante con el cementerio ubicada en la calle El Indio de la urbanización Caraballeda, Litoral Central), entrega a Carlos Gómez de Llarena, para entonces joven y exitoso arquitecto, casado con su sobrina Ana Luisa Figueredo Planchart, y asociado con Moisés Benacerraf, la responsabilidad de elaborar el proyecto para el cual contará con la cercana colaboración del aún más joven Joel Sanz.
Gómez, ganador junto a Manuel Fuentes y Moisés Benacerraf del Concurso del Palacio Municipal del Distrito Federal (1970), quien ya había realizado también con ese equipo el Centro Comercial Bello Monte (1971) y ejecutaba en simultáneo los proyectos para la Torre Europa y el hotel Meliá Caraballeda (inaugurados ambos en 1975), resuelve el programa de la residencia encargada por Planchart concentrando el edificio en el extremo opuesto del límite con el cementerio, buscando con la utilización de una sola crujía darle visuales hacia el mar y ventilación cruzada al total de las sesenta y seis habitaciones y nueve suites, todas con baño privado, que conformaban el grueso del programa [7]. De allí derivaría como resultado la forma estrecha, alargada y ondulante (95 m de largo por 12 m de ancho) que se asumió como partido del edificio, que se posa siguiendo las curvas de la topografía sobre los 10.000 metros cuadrados que tiene el sinuoso terreno. El resto del programa lo conformarán: comedor, biblioteca, salas de juegos y de terapia ocupacional (ubicados en la amplia, cómoda y abierta planta baja y sus respectivas terrazas), áreas de enfermería, áreas de servicios (cocina, lavandería, depósito, mantenimiento), capilla y espaciosos jardines tropicales [8]. Los cinco pisos y un sótano que integran la edificación fueron resueltos utilizando un sistema estructural aporticado que recurre al uso de pantallas en cuyos volados se desarrollan largos corredores y balcones que reconocen la vista marítima lejana.
Folleto Residencia Caraballeda
Otro de los requisitos manejados por Gómez de Llarena, a sugerencia de los Planchart, fue el de permitir desde la cama de cada habitación (donde las personas enfermas podían pasar largos períodos de tiempo) las visuales lejanas dando ello origen al fino diseño de las barandas metálicas que cierran los balcones, conformadas por delgados elementos horizontales que aligeran la lectura del edificio y le imprimen un particular carácter.
Iván González Viso al referirse al edificio acotará: “El dinamismo y la horizontalidad del bloque se acentúan con los balcones continuos, y las barandas metalicas que recorren toda la fachada, forman parte integral del volumen y desmaterializan su forma. La luz y la temperatura se controlan a través de romanillas, ventanas de madera y vidrio, celosías y espacios intermedios. La capilla, pequeña e íntima, de planta circular, se ilumina cenitalmente con los coloridos vitrales de Alejandro Otero (1921-1990), colocados en la cubierta en forma de cruz, soportada por cuatro pares de columnas cilíndricas. (…) … la residencia guarda relación formal con el Hotel Meliá Caribe (1975), proyectado en la misma época por Gómez de Llarena”[9].
Residencia Caraballeda
Según comenta el propio Carlos Gómez de Llarena, Planchart acostumbraba a bajar a inspeccionar con frecuencia el avance de las obras de la residencia en su compañía[10], añadiendo que don Armando puso especial cuidado en la dotación de la capilla (en particular los utensilios litúrgicos usados para la celebración y los vasos sagrados), en la excelencia en cuanto a la escogencia de los materiales y junto a Anala se involucraron en diseño paisajístico de los jardines a cargo de Pedro Vallone. Otro aspecto en el que se puso especial cuidado fue en el de la selección del personal que se encargaría del cuidado de los ancianos. Para ello los Planchart acudieron a las monjas religiosas de la Congregación Hermanas Misioneras de María Mediadora, especializadas en geriatría.
En resumidas cuentas, la estrecha relación que se llegó a establecer entre arquitecto y cliente llevó al primero a prescindir del cobro de honorarios profesionales mientras el segundo asumía el costo directo de todo lo relacionado a la obra y del resto de los profesionales involucrados en el proyecto [11].
Tras la apertura de la Residencia en 1973, no sólo comenzaron a aparecer los elogios a su arquitectura[12], incluidos los de Gio Ponti, quien la visitaría cuando estaba casi terminada la última vez que estuvo en Venezuela en 1972, sino fundamentalmente a la labor social que la Fundación había asumido y concretado.
Pero la joven institución no sólo apoyó la realización del proyecto del geriátrico de Caraballeda. También, vinculada a la entrañable amistad de Armando con Eugenio Mendoza, aportará a la recién creada Fundación Universidad Metropolitana (figura que impulsa el nacimiento de la Universidad Metropolitana -UNIMET- el 22 de octubre de 1970) todo lo necesario para abrir el Laboratorio de Química Aplicada que apoyaría a la carrera de Ingeniería Química, una de las cinco que la UNIMET ofreció cuando abrió sus puertas en la antigua sede del colegio América, ubicada en San Bernardino, Caracas.
Piedra fundacional UNIMET
La reconocida labor social de Armando y Anala llevaron a quien era por aquel entonces obispo de La Guaira y antiguo empleado de A. Planchart y Cía. Mons. Francisco Guruceaga, a solicitar ante la Santa Sede la imposición de la honorificencia pontificia de la Venerable Cruz Pro Ecclesia et Pontifice, otorgada por el Papa Paulo VI, entregada en acto solemne por el Nuncio Mariani en 1975.
Con respecto a este reconocimiento y su religiosidad, Carlos Armando Figueredo Planchart señalará: “Armando y Anala no eran de ir a misa. Sin embargo, tenían creencias católicas muy arraigadas. Tenían cantidades industriales de ahijados. Eran muy amigos del padre Hernández, quien fue párroco de Santa Teresa, era como de la familia. Uno de los hermanos de mi abuela (Eduardo Franklin) se había divorciado de su primera esposa y se fue a vivir a Puerto Rico, donde se casó con una puertorriqueña. Era un chelista muy amigo y vecino de Pau Casals. El padre Hernández los casó por la iglesia, cuando ya se había muerto la primera esposa, en la casa de mi abuela”[13].
La Fundación, presidida hoy en día por Carlos Armando Figueredo Planchart con el apoyo irrestricto de su hija Carolina y los demás integrantes del Consejo Directivo, ha podido realizar su labor con total eficiencia después de la muerte primero de Armando y luego de Anala, cumpliéndose así sus deseos al crearla. En tal sentido, tanto la casa como la residencia se mantienen en perfecto estado de conservación y, aunque El Cerrito es el lugar donde se desarrolla la más importante labor divulgativa dada su condición actual de dinámico centro cultural, repositorio de todos los materiales, colecciones y documentos de valor histórico y artístico, y lugar de peregrinaje para los amantes de la arquitectura y las ciencias naturales, al geriátrico le corresponde mantener vivo el bondadoso y desprendido espíritu de Armando.
Epílogo
En noviembre de 1977, luego de pasar por Milán visitando a Gio Ponti, los Planchart se dirigen a Marbella, ciudad que visitaban anualmente para hacerse unos rutinarios chequeos médicos en el Spa Incossol [14]. Allí, con los resultados de los exámenes a la mano, se le detecta a Armando un cáncer en el pulmón visible en una radiografía de tórax. De regreso a Caracas es operado en diciembre, en enero recae y, sin ánimo de someterse al duro tratamiento oncológico, el domingo 2 de abril, en medio de una segunda intervención, un paro cardíaco marcó el punto final de su existencia.
Armando Planchart ha muerto
La noticia trascendió sólo el día siguiente haciéndose eco de su sentida desaparición los principales diarios capitalinos. En una nota aparecida en El Universal el martes 4 de abril se destacaban dos aspectos que llaman la atención: el primero señalaba que “antes de la operación a que fue sometido … pidió confesarse, asistir a misa y recibir la comunión con sencillez y serenidad y sin emociones raras o fuera de lugar”. El segundo apuntaba a resaltar que “sólo los más íntimos acompañaron sus restos mortales al cementerio”, discretamente, tal y como se comportó durante toda su vida.
Con Armando Planchart, a sus 72 años recién cumplidos, se iba un empresario de los que contribuyó a construir la modernidad venezolana durante la primera mitad del siglo XX. Generoso, con vocación de semilla, supo cosechar y disfrutar los resultados de un esfuerzo sostenido labrado con honestidad, permanentemente agradecido con el país donde pudo surgir. Si bien siempre guardó silencio cuando de sus logros, colaboraciones o ayudas al prójimo se trataba, a poco de analizar su vida y obras se puede afirmar que ellos le sobreviven y perpetúan.
Armando y Anala Planchart
[1] Hannia GÓMEZ, op. cit., p. 257
[2] De entre las muchas notas de prensa que aparecieron luego de su fallecimiento el 2 de abril de 1978 rescatamos la siguiente cita una del 4 de abril de El Universal que resume de alguna manera la forma en que Armando Planchart ejercía su labor humanitaria: “Frente a los dolores ajenos era el gran insomne, a veces sin poder remediarlos, aunque son incontables los casos que él, personalmente, sin secretarias, sin segundos de a bordo, como si se tratase de negocios muy delicados -que lo eran para él- atendía, estudiaba, manoseaba y siempre solucionaba, poniendo siempre la misma condición: que nadie se enterara”.
[3] Ubicable en https://www.villaplanchart.net/la-fundacion/
[4] Ibídem.
[5] Ibídem.
[6] Ibídem.
[7] Esta igualdad de condiciones para todas las habitaciones, según señala Carlos Gómez de Llarena, fue un requerimiento de los Planchart producto de las visitas que hicieran a diversos ancianatos de los Estados Unidos. En el recorrido, se habían percatado que en la medida que hubiera diferencias entre las condiciones de los dormitorios de los ancianos, comenzaban a aparecer discriminaciones y rencillas propias de la edad que había que evitar a toda costa. Carlos GÓMEZ DE LLARENA, “Conversación”, op. cit.
[8] Con el tiempo se incluiría un puesto de socorro atendido por un médico, una clínica dental y un dispensario gratuito del cual también se beneficiarán los vecinos de la parroquia.
[9] Iván GONZÁLEZ VISO, María Isabel PEÑA y Federico VEGAS, op. cit., p. 544.
[10] Precisa Gómez de Llarena que tras cada visita solían dirigirse a “Churuata” la espaciosa casa que los Planchart tenían en Tanaguarena, vecina a la de Arturo Uslar Pietri concuñado de Armando, donde por lo general se daban interesantes encuentros. En otras ocasiones almorzaban en la casona colonial convertida en sede social del Caraballeda Golf & Yatch Club. Carlos GÓMEZ DE LLARENA, “Conversación”, op. cit.
[11] Ibídem.
[12] Considerada como una obra modélica dentro de su tipología, única en Venezuela, la Residencia Caraballeda ha aguantado los avatares del tiempo (incluido el deslave de Vargas de 1999) y las inclemencias del clima gracias a su ubicación por encima de los 100 mts sobre el nivel del mar, circunstancia que la ha protegido sobre todo del demoledor efecto del salitre que hay en la zona.
[13] Carlos Armando FIGUEREDO PLANCHART, “Conversación”, op. cit.
[14] Hannia GÓMEZ, op. cit, p. 255.